Florencia Saintout | Domingo 27 de enero de 2013
La historia de la prensa canalla, por ejemplo en nuestro
país (porque no es el único), es larguísima. Aunque con solo ubicarla en las
últimas décadas podemos estremecernos. Un tipo de periodismo que jugó
abiertamente con la dictadura, con el menemismo y sus monstruos, y que sigue
jugando con la derecha siniestra que se opone a cada una de las medidas
populares que toma el gobierno. No se trata solo de periodistas aislados, sino
de una trama canallesca que se articula a manera de sistema o aparato.
La presidenta esta semana habló de la prensa canalla. Ante
la descarada publicación de una falsa foto de Hugo Chávez en el diario El País
de Madrid (el diario que se jacta de su manual de estilo pero no chequea
fuentes; que despide masivamente periodistas; el que justificó el golpe del
2002 en Venezuela; el que está ligado al grupo Prisa, siempre contra los
gobiernos populares en América Latina) ella simplemente tuiteó "prensa
canalla". Y digo simplemente porque todos sabemos a qué se refiere.
Especialmente los organismos de Derechos Humanos lo saben muy bien.
Durante la más sangrienta dictadura de la historia
Argentina, esta trama de prensa canalla participó activamente del golpe. Mientras una parte del periodismo resistió de
modos heroicos en ocasiones y en otras al menos dignos, otra parte, la
canalla, actuó sistemáticamente para
legitimar el crimen: la desaparición forzada de personas, las torturas, los robos
de bebés, el saqueo del país a través de
un plan económico que dejaría por décadas fuera de la vida vivible a millones
de argentinos.
Hay mucho material, pero especialmente dos libros, que nos
ayudan a recordar esta cuestión. Sintomáticamente fueron publicados en 1984 y
en 1998. El primero, Los sofistas y la prensa canalla, del Cid Editor; el
segundo, Decíamos ayer, La prensa Argentina en el proceso, de Colihue. En ellos
se documenta el papel jugado por ciertos periodistas y medios con la dictadura.
La Prensa canalla focaliza en la
editorial Atlántida de Vigil, y particularmente en las revistas Gente, Para Ti
y Somos
El primer libro no tiene un gran mérito analítico, pero con
sólo ver juntas cada una de las notas en la cual una revista masiva como Gente,
conducida por Samuel Gelblung durante toda la dictadura, despliega su arsenal
simbólico destinado a negar el horror y a producir el terror es escalofriante.
Allí se afirma que las denuncias en el extranjero sobre el accionar de la
dictadura son una campaña de desprestigio. Gente, 10 de junio de 1976,
"¿Quién está detrás de todo esto?" Gente hace una informe con las
cartas recibidas de Suecia, Francia, de Alemania, de la Universidad de Bradford
pidiendo la liberación de presos políticos, y afirma que todo es una "operación
mentirosa, son cartas falsificadas por organizaciones terroristas". La revista
responde citando la voz de Videla y de Harguindeguy pero tiene claramente una voz propia en el
asunto, incluso en ocasiones yendo más lejos que los dictadores.
Durante páginas y páginas a través los años de la dictadura
se habla de enfrentamientos, abatimientos, de inmoralidad de los terroristas,
pero también de los militares como los salvadores del país ante el caos. Son
aberrantes las notas de diciembre del 76 y del 77: "Las 76 caras del
76", lo mismo en el 77, que presentan las caras de los que "desde sus puestos
trabajaron en favor del país". Allí aparece
entre otros Jorge Rafeal Videla "la mayor responsabilidad, un ejemplo".
En una nota titulada "Moralidad, Idoneidad,
Eficiencia", el 1 de abril de 1976 se dice que "La prolija operación
militar del 24 de marzo fue largamente meditada" y se explican todas las
razones por las cuales la editorial
Atlántida va apoyar a la dictadura. Y
esto se hace luego de una autocrítica (¡autocrítica!!!) en la editorial que se
llama "Nos equivocamos", refiriéndose al acompañamiento que previamente
habían hecho de López Rega. En esa editorial dicen: "El dramático proceso del
país nos hizo crecer. Y de pronto advertimos que teníamos la obligación de
interpretar la producción de noticias, de arriba para abajo. Que teníamos la
obligación de hacer ideología y pecar por arbitrarios antes que por
complacientes". Hacer ideología fue hacer la ideología de la dictadura. Algo
que hace muy poco Samuel Gelblung volvió a argumentar explicando que él había
entendido que "había una guerra, y en esa guerra había elegido donde estar"
(obviamente, del lado de los genocidas): "Soy responsable de todo lo que salió
en Gente". Gelblung es claramente responsable junto con otros de la las
canalladas periodísticas sistemáticas de la dictadura. Junto, por ejemplo, a Hector
D´Amico, actual jefe de redacción del diario La Nación, autor de la nota
"Cómo viven los desertores de la subversión" de la revista Somos, en
donde se habla de "centros de recuperación de detenidos". Se sospecha que las
fotos de la nota son de la Esma y que las citas de los "desertores" eran de los
detenidos.
Gelblung es responsable de la nota Alejandra está sola, de
la revista Gente, que se replicó con el título "A ellos nada les importaba
Alejandra", en la revista Para Ti, como también en Somos "Los hijos
del terror". En esas notas se utiliza la imagen de Alejandra Barry, muy
chiquita, hija de dos militantes que
habían sido secuestrados y asesinados en la Operación Cóndor y la muestran como
víctima de unos padres delincuentes, terroristas, monstruos como toda su
generación, capaces de "fabricaba huérfanos". Y que por supuesto, había que
exterminar.
Pero de la dictadura no sólo participó la editorial
Atlántida. El diario Clarín, que el 24 de marzo tuvo como tapa el "neutral e
independiente" título de "Nuevo
Gobierno", no sólo ocultó las torturas y desapariciones sino que además
hizo negocios manchados de sangre con los dictadores, como el caso de Papel
Prensa. En cada una de sus páginas asumió el relato de los dictadores
afianzando su existencia como imposible de combatir. El diario actuó como una
versión del Boletín oficial, idea presentada excelentemente por Blaustein y
Zubieta en Decíamos ayer.
Luego, durante el menemismo, fue artífice de la revisión de
la ley de Radiodifusión de la dictadura que le permitió transformarse en un
multimedio que, entre otras mentiras, durante la presidencia de Duhalde, hizo
la tapa con la infame frase "La crisis causó dos nuevas muertes".
Por el mismo camino, el diario La Nación, tribuna histórica
de la derecha, durante la dictadura claramente apoyó su modelo económico y
cultural (moral, lo llamaron) y jamás denunció ni las torturas ni las
desapariciones. Cada una de sus páginas mostró la comodidad con la dictadura y
su modelo de país: era el de ellos.
Entre la lista de periodismo canalla imposible de agotar en
una nota de estas características, tienen un lugar destacado periodistas como
Bernardo Neustad, Mariano Grondona o Joaquín Morales Solá, dándole la
bienvenida a los asesinos, el martes 8 de junio de 1976, en La Gaceta de Tucumán.
También diarios absolutamente reaccionarios como La nueva
provincia, de la familia Massot. Este diario llegó a publicar, como parte de
las operaciones de Inteligencia, información arrancada en sesiones de tortura a
los militantes. La línea editorial de este periódico de Bahía Blanca se
permitió utilizar como fuente a las cámaras de tortura durante la dictadura y
en democracia siguió y sigue defendiendo a través de sus editoriales la
represión. En 2012, terminado el juicio por crímenes de lesa humanidad
cometidos por la dictadura en la ciudad de Bahía Blanca, se reunieron denuncias
y pruebas sobre el rol que ocupó el diario La nueva Provincia legitimando el terrorismo de estado. Así el
Tribunal habló de "propaganda negra" -en alusión directa a las operaciones de
consolidación de terror sobre la población- y de cómo el diario participó
activamente en la construcción del "enemigo", cooperando con el Ejército y la
Armada en el de exterminio de un sector de la sociedad.
En resumen, no estamos sólo ante un periodismo que ha
silenciado, o que le faltó crítica (que por supuesto merecerían la condena
ética y profesional) sino que estamos antes actores que han participado en
hechos delictivos, en operaciones criminales.Y que no sólo no han hecho una
autocrítica sino que siguen defendiendo sus posiciones contra las políticas
populares de un gobierno democrático.
PARA LA CONTINUIDAD EN DEMOCRACIA
Este aparato periodístico pro-dictadura no desapareció con
la democracia. Durante la larga década de los noventa, donde el saqueo se
profundizó, no sólo no fueron juzgadas sus responsabilidades sino que el rol
espantoso que habían jugado se consolidó.
Transformados en medios monopólicos, fueron más que la voz de la
derecha: fueron y son la derecha. Ocuparon un lugar central para la afirmación
de tres nudos fundamentales para el éxito de
las políticas neoliberales: primero, supieron ser los operadores
discursivos de la desaparición de los horrores del pasado para invisibilizar
los horrores de ese presente; luego, moldearon simbólicamente las nuevas
políticas represivas contra los sectores populares a través de la
criminalización de la pobreza y la protesta social (ya que empezamos hablando
de libros, cito entre cientos La palabra de los muertos del Juez Zaffaroni);
finalmente, participaron de manera activa en el derrocamiento de la política
como opción de transformación.
En esta descripción, no hay que dejar de lado que el aparato
mediático reaccionario no actuó ni actúa jamás solo, sino que lo hace en una
clara red de relaciones. Sería ingenuo y equivocado no ver sus plataformas
comunes sostenidas en ejes programáticos compartidos. En este sentido, las
reuniones periódicas y públicas de la Sociedad Interamericana de Prensa, la
SIP, que nuclea a los dueños de los medios impresos del continente -y que en la
casi absoluta mayoría de los casos son dueños también de otro tipo de medios-
tienen siempre como corolario alguna conclusión adversa a la intervención de
los estados con gobiernos populares. La SIP, que se autoproclama la voz
autorizada en problemáticas de libertad de expresión, es un cartel de
propietarios de medios que nació en el marco de la Guerra fría asociada a la
CIA para protagonizar la defensa de los poderes imperiales. Han sido largamente
documentadas sus acciones en toda la región de desestabilización y golpismo en
las dictaduras, en las cuales muchos periodistas fueron perseguidos y
asesinados.
AL DESNUDO, JUSTICIA
La prensa canalla ha actuado con absoluta impunidad durante
décadas amparándose en la mentira de su inmaculada concepción y la hipocresía
de la llamada opinión pública. Pero comenzó a encontrar sus límites en
Argentina a partir del proceso abierto en el 2003. De la mano de una política
de estado de verdad, memoria y justicia, que comenzó juzgando responsabilidades
militares pero avanzando también sobre
las responsabilidades civiles entre las que sin duda están las de este periodismo que se resiste a aceptarlas.
Estos límites a su la impunidad se están dando también en
América Latina gracias a los procesos de recuperación de la política en toda la
región a favor de los intereses de las mayorías. Por eso están tan nerviosos.
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