Florencia Saintout | Lunes 21 de enero de 2013
El caso de Luciano Arruga, uno de los símbolos de la
violencia institucional en democracia, recuerda como se ha construido un
sentido común en el cual ciertos grupos de jóvenes son señalados como culpables
de todos los males de la sociedad.
El miércoles de la semana pasada la causa de Luciano Arruga
fue tapa de diario (no de todos por supuesto) con relación a un avance.
Luciano Arruga, junto a tantos otros jóvenes, es símbolo de
la violencia institucional de la maldita policía (que no es solamente la bonaerense).
Una maldita policía que se fue haciendo
en capas sedimentadas de impunidad, autoritaristmo, corrupción , en el marco constitutivo de las fuerzas desatadas
del capital y la derrota de la política en continuidad con el proyecto de la
dictadura.
La violencia institucional sobre los cuerpos, en democracia
especialmente, no es posible sin la
complicidad simbólica, es decir, sin la existencia de un sentido común en el
que de alguna manera se aparezca como
aceptable para gran parte de la sociedad.
Durante la larga década neoliberal, se fue consolidando una
cultura donde unas vidas tenían valor y otras, particularmente la de los jóvenes de sectores populares, no
valian para nadie. Formaban parte de lo los desperdicios de los que ganaban.
Una cultura, donde unos eran ciudadanos consumidores (indistintamente) y otros eran asumidos como los causantes del
deterioro, por lo tanto eliminables; donde cotidianamente aparecía la lista de
los muertos con nombres propios y los muertos olvidables.
La cultura, aquello que
se vive como verdad, como sentido común por fuera de la historia, en un
doble movimiento a través del cual se reconoce el poder (poder de nombrar) y se
deconoce (el proceso polìtico histórico que hace posibles esos modos de nombrar la vida común).
La cultura no es nunca sólo lo que se distingue de la
naturaleza, o sólo el reflejo de las condiciones materiales de existencia, sino
que es ese entramado hecho de leguaje y barro al calor de las fuerzas de la
historia que permite que vivamos como verdad
lo que podría ser de otra manera.
Los medios de comunicación, en tiempos de tremenda
concentración ocuparon un lugar central
para el modelaje de las culturas contemporáneas bajo el signo de la llamada
seguridad ciudadana. Y fueron así los responsables de inscribir una simbología
común en la que unos jóvenes eran los
casi ángeles del mercado, y otros los desangelados culpables de todos los males
de la sociedad. Pero no solamente eso, sino que además los medios
legitimaron que sobre esos desangelados
valía todo, incluso torturarlos y
desparecerlos.
Mucho se está trabajando contra esa maldita polìciìa y
también contra esos malditos medios. Tenemos que entender que ninguna de las
dos institciones pueden vivir sin la otra: esta policía siniestra que tortura
jóvenes pobres es posible también porque
existen estos medios siniestros. Por eso
son necesarios los abordajes inegrales y por eso es necesaria la política, esa
que se diferencia de la administración de lo dado porque justamnete viene a
transformar lo existente.
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