Ernesto Sanz | Miércoles 07 de noviembre de 2012
El treinta de octubre es una fecha significativa para los
argentinos y particularmente para los radicales. En el ochenta y tres Alfonsín
ganaba la presidencia de la Nación en un país a oscuras, dividido y lastimado.
?Argentina fue uno de los primeros países sudamericanos en
recuperar la democracia tras los años de violencia y autoritarismo en la
región. También era la Argentina el país que, a pesar de la deuda, más
prometía. Una economía relativamente diversificada, su vibrante y educada clase
media y una democracia previsible con dos partidos fuertes eran algunas de las
razones para creer que por fin y después de muchas frustraciones, el país se
encaminaba a un futuro de progreso en paz.
?Hay quienes miran el pasado con nostalgia, generalmente
son los mismos que miran el presente atónitos y el futuro con miedo. Yo
prefiero analizar el pasado con una mirada crítica y el futuro con confianza.
?El recuerdo del treinta de octubre debe servir para
interpelarnos y me propongo hacerlo desde dos lugares. Como parte del partido
que de la mano de Alfonsín abrió la puerta a la democracia y como argentino
que, como muchos, se esperanzó y frustró muchas veces en estos veintinueve
años.
?Desde el radicalismo la crítica es profunda y dura.
Dejamos de ser la garantía de equilibrio ante un peronismo que se manifestaba
intolerante y avasallador.
?Como argentino, la crítica es aún más cruda.
?En el país del ochenta y tres la diferencia entre los
ricos y los pobres era mucho menor que ahora y hoy, más grave, perdimos la
cultura del progreso a través del esfuerzo y el trabajo. La escuela de hoy dejó
de ser formadora para constituirse en solamente contenedora, aunque ese
eufemismo deja afuera a cientos de miles de chicos que no estudian ni trabajan.
En los últimos treinta años el país ha caminado hacia atrás
en materia de transporte, educación y energía. Ningún país del mundo
desarrollado progresó con una red de transporte colapsada y desarticulada.
Tampoco hay ejemplos de progreso con una educación que ha perdido calidad.
Claro está, también, que es imposible crecer de forma sostenida gastando, pura
y exclusivamente por mala praxis del gobierno, miles de millones para importar
energía que podemos producir acá.
Nuestro pasado cercano como país está plagado de errores,
lleno de slogans y carente de ideas. Los gobiernos divagan y van como un
péndulo de un lado a otro mientras el Estado se revela cada vez más impotente e
irrelevante.
Cuando llegó la democracia muchos creyeron que traía el
progreso por sí sola. Hoy sabemos que la democracia sin ideas y rumbos claros
no trae el progreso. También sabemos que con instituciones devaluadas y sin
equilibrios entre los poderes el camino termina siempre en el populismo, en
líderes que se creen eternos y dividen a la sociedad por temas de coyuntura
porque no se animan a debatir el futuro.
Los radicales de este tiempo necesitamos ofrecerle a la
sociedad una alternativa que mire el futuro más que al pasado y que ponga en
valor los bienes comunes y valores compartidos que los últimos gobiernos han
destruido. El desafío de entonces era traer la democracia, el de ahora es darle
sentido y contenido.
Hace treinta años, con el liderazgo de Alfonsín, resolvimos
como sociedad una dicotomía que durante cincuenta años tuvo al país preso de
gobiernos democráticos débiles y gobiernos dictatoriales.
?Hoy los argentinos tenemos que indagarnos con rigor:
democracia para que y democracia cómo. Yo no creo en el camino populista, ese
que divide a la sociedad, persigue al que piensa distinto y nos empobrece.
Creo, en cambio, en la diversidad, el diálogo y los acuerdos.
?Seguir por el camino que vamos implica devaluar aún más la
democracia, perder oportunidades, ver como nuestros vecinos progresan mientras
nosotros nos enfrascamos en debates falsos y triviales. Tenemos que animarnos a
ir por más, dejar de mirar el pasado con añoranza y animarnos a debatir el
futuro con seriedad. Allí es donde se juega la democracia en serio, cuando
pensamos qué país queremos.
Yo creo que hay un camino distinto. Ese camino nada tiene
que ver con falsos ideologismos y peleas estériles ajenos, además, a las
prioridades de un país con educación empobrecida, transportes públicos
precarios y una creciente dependencia energética. El mejor homenaje que le
podemos rendir a Raúl Alfonsín no es citarlo ni declamarlo, es practicarlo
identificando prioridades, aceptando los desafíos y defendiendo las libertades
democráticas que supimos conseguir
TEMAS RELACIONADOS: