Fernando Jáuregui | Miércoles 18 de julio de 2012
Desde
hace un par de años, se observa una tendencia creciente de los jóvenes
españoles hacia la emigración. Ahora no van con maleta de cartón para
desempeñar los trabajos más duros -aunque a veces, también--, sino cargados de
títulos académicos, con masters y con idiomas en su currículo, a ver si allá
donde recalen encuentran mejores oportunidades que las que avizoran aquí, en su
patria. En lo que va de año, casi cincuenta mil jóvenes -y no tan
jóvenes-españoles han cruzado la frontera para no volver en mucho tiempo. O
para no regresar nunca, que este extremo no lo contemplan las estadísticas. Se
trata, en todo caso, de un aumento espectacular respecto del pasado año, que, a
su vez, registró un considerable crecimiento de emigrantes españoles sobre las
cifras de 2010.
Algunos
se empeñan en ver este éxodo con optimismo: volverán mejor formados, con nuevas
experiencias. Yo no estoy tan seguro. El panorama interno es asfixiante, y el hecho
de que el presidente del Gobierno, que en los últimos tiempos extrema su tono
sincero, diga que "no puedo decidir entre un bien y un mal, sino entre un
mal y un mal peor", no contribuye precisamente a alegrar los ánimos de
nadie.
Un
Gobierno 'simpático', con gestos de apertura democrática, con contacto con los
ciudadanos, con ideales regeneracionistas, se hace perdonar más fácilmente el
que, por razones de estricta necesidad, tenga que meter la mano en el bolsillo
al ciudadano. Sinceramente, no creo que, desde los lejanos tiempos de UCD -y
aún entonces...--, hayamos vuelto a tener un Gobierno de estas características.
Cierto que Rajoy es la única opción posible antes del caos, y por ello mismo,
pienso, tenemos que apoyarle, con mayor o menor grado de entusiasmo.
Pero el
presidente no debe abusar ni de esa constatación ni de su mayoría absoluta; y
no lo digo porque él pretenda o no -que más bien no-facilitar su reelección,
sino porque deber del gobernante es tener lo más contenta posible a la
ciudadanía, evitando, por ejemplo, exabruptos de sus diputados desde los
escaños parlamentarios o que algún ministro, para justificar la antes negada
subida del IVA, nos diga que esta medida se toma porque los ciudadanos no
pagamos los impuestos (¡!).
Ya
digo: si la ciudadanía se asfixia políticamente y se ahoga económicamente, no
me extrañan ni el nacional-pesimismo de los que se quedan, ni las ansias
escapistas de los que se marchan. Y los que se marchan suelen ser, ahora, los
más emprendedores, los más inquietos, los mejor preparados para competir en el
exterior, los más críticamente disconformes con una situación en la que mucho
más debería cambiar y, además, cambiar en varias direcciones. Ya que no podemos
evitar que nuestros hijos emigren, empecemos a cimentar las razones para que
regresen pronto
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