Rodolfo Terragno | Viernes 01 de junio de 2012
Era previsible. Tarde o temprano, las
economías europeas caerían en una crisis severa.
"Europa,
de la convertiblidad al ajuste" fue el titular de esta columna el 18 de
julio de 2010.
En el subtítulo
se afirmaba: "El euro es el 1 a 1 europeo".
Como el peso en los 90, el dracma
griego estaba (y aún está) atado a una moneda propia de un país con una
productividad que Grecia no tiene.
Lo que
iba a pasar no era misterio: ajuste tras ajuste, inestabilidad política y
estallido social.
O
abandono del euro.
Economías
muy desiguales no pueden tener moneda única.
Hacían
falta economistas ciegos u obstinados para no advertirlo. Y los hubo. Y los
hay.
Su
tesis: el problema de Grecia se origina en el gasto público.
No es
así.
Claro
que el obeso Estado griego necesitaba (por muchas razones) hacer dieta. Sin
embargo, la causa del problema
--entonces incipiente, hoy casi terminal-- no estaba allí.
Estaba
en el euro.
Si en vez de crear esa moneda común la Unión Europea hubiese fijado una
paridad atada al marco alemán (1 peseta = 1 marco, 1 escudo=1 marco, 1 dracma=1
marco) el efecto no habría sido demasiado diferente.
El "euro español", como
el portugués (y, ni hablar) el griego, valen menos que el "euro
alemán".
Es
natural. La moneda griega, no podría valer lo mismo que la alemana porque
Grecia no tiene, ni por asomo, la tecnología, el vigor productivo y la
eficiencia que exhibe Alemania.
Se
comprende que, en esas condiciones, los costos griegos ?si hay que pagarlos con
"euros alemanes"
Haciendo que todos los
"euros" valgan lo mismo, las economías periféricas de Europa tienen
costos y precios en "euros alemanes", y carecen de la capacidad
alemana para absorberlos.
Encuentran
dificultades para exportar, ven cómo los productos importados les invaden sus
mercados internos, y sienten que cada vez es más difícil alimentar a sus
desnutridos Estados.
Caen
entonces los ingresos, y el consejo que reciben esos países es: "Dejen
todo como está, reduzcan aun más el gasto y endéudense".
A eso le llaman "ajuste":
una fórmula infalible para provocar recesión, quiebras y desempleo.
Con los
ajustes, El Estado se ahoga y la gente se encrespa.
Un día, todo salta por los aires.
Los progresistas, entonces, echarán
la culpa del estallido al ajuste. Y los liberales dirán que hubo explosión
porque el ajuste no fue todo los severo que debió haber sido.
Ambos
redundarán en el error.
Así
como los liberales creen que la solución es disminuir el gasto público, los
progresistas creen que la solución es aumentarlo.
¿Cómo es posible que, una y otra
vez, se tropiece con la misma piedra?
¿No podía la Unión tener un régimen
bimonetario que dejara respirar a los países más atrasados? ¿O un sistema de
preferencias comerciales que compensara, siquiera en parte, las desigualdades
entre economías? ¿O subsidios cruzados con un efecto ecualizador? ¿O un fondo
común para préstamos no reembolsables? ¿O programas de transferencia de
tecnología que elevaran la productividad de los más débiles?
Si algunas de esas cosas se
hicieron, fue con insignificancia.
Y no se
ha entendido que una moneda sobrevaluada es una bomba de tiempo. Lo fue el
peso, siempre que la Argentina abarató artificialmente el dólar: una vez con la
"tablita", otra con la "convertibilidad" y en los últimos
tiempos con el dólar "administrado". El dólar barato sirve para
controlar, por un tiempo, la inflación: entran productos importados a buen
precio y las industrias locales necesitan, para competir, reducir costos o
ganancias. Al principio es efectivo, pero la economía no se puede reconvertir
de un día para otro. La inundación del mercado interno con productos ajenos
termina en quiebras y desempleo.
Nouriel
Roubini ?el economista que predijo el colapso argentino de 2001 y la crisis
internacional de 2008- aconsejó dos años
atrás: "Para ganar competitividad, los países menores de Europa deberán
renunciar al euro y volver a las monedas nacionales".
El
Premio Nobel Paul Krugman estuvo de acuerdo, pero su causa era minoritaria. Él
sabía que la solución era hacer lo que no se puede hacer con el euro: devaluar.
La devaluación no es una fórmula mágica. Una
economía ineficiente no se vuelve competitiva por el solo hecho de restarle
valor a su moneda.
En
cambio, la sobrevaluación es infalible: termina provocando (siempre) recesión,
desempleo, deuda y ?si no se corrige la
distorsión a tiempo? default.
La Argentina no está hoy en la misma situación
que en 2001, pero avanza peligrosamente en una dirección equivocada.
La gigantesca demanda china
mantiene a la soja y otras materias primas en valores muy altos; y esto impide
que nuestras exportaciones, medidas en dólares, sufran una caída.
No obstante, la tasa de cambio baja
atrae importaciones. Es por eso que el gobierno levanta un muro de Berlín en
las aduanas. No es por la mera arbitrariedad de un funcionario folklórico. Es
la expresión de una política proteccionista de patas cortas.
Las autoridades están obligadas a
cuidar que la balanza comercial no se le vuelva en contra. Pero restringir la
importación es pan para hoy, hambre para mañana.
Los actores económicos saben, y la
gente presiente, por qué se ponen trabas a la importación y a la compra de
dólares. Es porque el peso vale menos de lo que, gracias a las compraventas del
Banco Central, se lo he hecho valer. Quien busca dólares lo hace porque cree o
sabe que después valdrá más. Quiere comprar barato, y las restricciones a las
compras hacen que el dólar se encarezca donde menos necesita la economía: en el
mercado paralelo.
Barato en blanco, caro en negro:
ése es el peor dólar.
Sin alta productividad, no hay
artilugio que resuelva el problema.
Y el aumento de productividad
requiere, entre otras cosas, inversiones masivas; que sólo se darán si hay
estrategias claras, un clima de negocios y estabilidad jurídica.
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