Viernes 13 de abril de 2012
Al cúmulo de problemas con el que se enfrenta el Gobierno
español se suma ahora la pretensión unilateral de la presidenta argentina,
Cristina Fernández de Kirchner, de hacerse, casi 'manu militari', con el
control de YPF, la filial argentina de Repsol.
No se trata, obviamente, de una acción empresarial, ni
dictada por las normas habituales de negocios entre empresas o incluso de
comercio entre países: Doña Cristina ha decidido eliminar en este trámite -aún
no consumado, pero que ya está debilitando altamente la cotización de una de
las más solventes multinacionales españolas-todo vestigio de seguridad
jurídica, cualquier rastro de cortesía diplomática, hasta el más mínimo indicio
de decencia económica.
Resulta lógica la furibunda reacción del ministro de
Industria, José Manuel Soria, advirtiendo de que este golpe de mano, de
confirmarse las filtraciones que proceden de la 'mesa camilla' de la señora
presidenta, tendrá "consecuencias". Debe tenerlas. Kirchner, digna
heredera de los desmanes de su marido, a los que la diplomacia española estaba
muy acostumbrada, ha incurrido en un gesto de hostilidad hacia nuestro país al
no respetar ninguno de los usos y costumbres por los que las grandes
transacciones se rigen, máxime entre naciones que se dicen amigas.
Repsol, como Telefónica, como los grandes bancos españoles
inversores en América Latina, no puede ser tratado como la primera dama
argentina pretende hacerlo. Ni el Gobierno de Mariano Rajoy, al que Doña
Cristina pretende, a su vez, gobernar, quizá pensando aprovechar estos momentos
de debilidad de España, puede tolerarlo.
España ha sido país de acogida de muchos miles de argentinos
durante la época de la feroz dictadura militar en aquel país; muchos de ellos
aún siguen residiendo entre nosotros, perfectamente asimilados a los
nacionales. Y, ciertamente, Argentina se ha portado también muchas veces como
un país hermano con España. Lamentablemente, la degradación ética de una cierta
clase política, que ciertamente no puede esgrimir victorias militares en Las
Malvinas para sacar a pasear el orgullo nacional, está influyendo en estas
magníficas relaciones; ¿será YPF una especie de reivindicación 'a la
gibraltareña', en la que la señora Fernández, como Franco hacía con el Peñón,
utiliza un patrioterismo falso para hacer olvidar otros problemas a sus
ciudadanos?
Todavía es posible la rectificación, la vuelta a la
seguridad jurídica, a los planteamientos racionales. La presidenta argentina
puede perjudicar muchos intereses españoles con una decisión que, en el fondo,
poco beneficia, en cambio, a sus intereses propios, más allá del ruido
ultranacionalista. Si culmina este dislate -¿dónde se ha escondido el embajador
argentino en España? ¿Por qué ahora no aparece por parte alguna este peculiar
personaje?-, a Cristina Fernández de Kirchner no puede salirle gratis, y es de
esperar que, en caso extremo, las palabras del ministro Soria no se queden en
una mera pataleta verbal. Lástima, porque la unidad entre los ciudadanos de
ambos países debe seguir siendo indestructible
TEMAS RELACIONADOS: