jueves 20 de septiembre de 2012, 21:27h
El pasado 18 de septiembre, el
Rey D. Juan Carlos colgó en la página web de la Casa Real una carta,
presuntamente dirigida a todos los españoles (aunque en la misma no consta
quien es su destinatario). Esta carta suscita diversas cuestiones de orden
constitucional de especial trascendencia, dado que está firmada por el titular
de la más alta magistratura del Estado. Al analizar estas cuestiones parto del
hecho de que la monarquía forma parte de nuestra Constitución actual y no es el
objeto de este artículo entrar en un debate de fondo sobre su supervivencia
-quizás en otra ocasión-, sino en un debate sobre sus funciones dentro de
nuestro sistema.
¿Puede el rey expresar
opiniones políticas? En principio, no. La Corona, como institución, debe situarse
por encima del debate político y cumplir solo una función "simbólica". La
Corona es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado, pero entre sus
funciones no está la de defender públicamente dicha unidad y permanencia
entrando para ello en controversias de política interna.
Hay quien opina que la
Constitución, al afirmar que el Rey "arbitra y modera el funcionamiento regular
de las instituciones" le otorga un cierto margen para intervenir en la vida
política, especialmente en momentos de crisis. Sin embargo, ni en la
Constitución, ni en ninguna otra norma de nuestro ordenamiento, se dice en qué
consiste exactamente esa función arbitral y moderadora, ni la misma aparece
concretada en facultades concretas para resolver controversias o ejercer ninguna
forma de control sobre las instituciones. Si a ello le añadimos que el Rey no
es responsable políticamente de ninguno de sus actos, sino que dicha
responsabilidad se traspasa al Ejecutivo a través del refrendo -sea éste
expreso o tácito- entonces la única forma de interpretar esa función arbitral y
moderadora de manera coherente es situándola en el plano simbólico, en el que
el Rey aparecería como una figura que proporcionaría una imagen de continuidad
de las instituciones, más allá de los cambios electorales.
En ese plano simbólico, se
admite comúnmente que los mensajes del Rey puedan contener ciertos
posicionamientos políticos, siempre que se trate de posicionamientos que sean
aceptados de forma prácticamente unánime por la sociedad y no sean objeto de
controversia. No es extraño, por ejemplo, que el Rey se refiera en sus
discursos genéricamente a la democracia, a los valores constitucionales o a los
derechos fundamentales. En términos coloquiales, el Rey puede decir obviedades,
pero no mojarse políticamente. Ir más allá, como sucede, aunque sea a través de
alusiones veladas, en el caso que nos ocupa, es, desde el punto de vista
constitucional, una extralimitación y, desde el punto de vista político, un
paso muy arriesgado, pues puede minar la legitimidad de la Corona.
La exquisita neutralidad
política de la Corona es la que hace digerible, en un Estado regido por el
principio de soberanía popular, la pervivencia de la propia institución
monárquica. El Rey, suele decirse, reina, pero no gobierna. Por eso, su
carácter no electivo, que choca con el principio democrático, puede llegar a
ser "tolerado" dentro de un Estado democrático, en aras al mantenimiento de una
tradición histórica -he dicho que no quería entrar en el debate de fondo sobre
la monarquía y no lo haré-. Pero si esa neutralidad se rompe y el Rey actúa
políticamente, es decir, si el Rey se convierte en un Jefe de Estado que
gobierna y no solo reina, entonces lo único razonable, lo único admisible en
democracia, es que se someta a la voluntad popular.
Hay quien dice que si el Rey
salió en defensa de la democracia en la noche del 23-F, también debe salir en
defensa de la unidad de España cuando ésta se encuentra amenazada. Pero dicha
comparación debe ser rechazada de forma terminante. No es lo mismo un golpe de
estado que subvierte el sistema constitucional que una reclamación
independentista que, nos guste o no, podría llegar a vehicularse pacíficamente
dentro del propio sistema, pues nuestra Constitución no contiene cláusulas de
intangibilidad.
Otra cuestión que se plantea es
la de la responsabilidad política derivada de esta actuación del monarca. En
nuestro sistema, el Rey es irresponsable políticamente y todos sus actos han de
ser refrendados, de manera que a través de este refrendo, el gobierno asume la
responsabilidad sobre los mismos. Se dice que el Rey puso en conocimiento de
Rajoy su intención de publicar la carta y el contenido de la misma y que este
último le dio el placet. Si esto es
así, el único responsable políticamente sobre la misma es Rajoy y, entonces,
cabe entender que el gobierno ha utilizado a la Corona para expresar un
posicionamiento político del propio gobierno, y yo añadiría, además, que dicha
utilización ha sido un gravísimo error, pues se ha hecho desvirtuando el papel
constitucional que corresponde a la Corona.
En resumidas cuentas, flaco
favor le ha hecho el Rey a la causa de la unidad de España y flaco favor le ha
hecho el gobierno a la Corona.
Óscar Sánchez Muñoz . Profesor de Derecho
Constitucional de la Universidad de Valladolid