Cataluña, como problema...o como solución
viernes 16 de marzo de 2012, 00:14h
Siempre me han preocupado quienes atizan, por los motivos que fueren,
los tambores de guerra entre Cataluña y el resto de España. Ahora
estamos casi en los peores momentos desde hace varios años en una
relación que, sin embargo, debería ser flexible, fluída e inteligente y
que, sin embargo, es tantas veces crispada, unamunianamente agónica.
Pero España necesita a Cataluña, como los catalanes precisan, lo quieran
o no, del resto de España. Digo todo esto porque no dejan de
inquietarme algunas voces, las más de ellas mediáticas, pero también de
sectores políticos, que piden el inmediato cese del apoyo del Partido
Popular a Convergencia i Unió en el Parlament catalán, de la misma forma
que escuchamos opiniones de mayor o menor peso que quieren el fin de
esa alianza no escrita entre el grupo parlamentario catalán y el grupo
Popular en las Cortes.
Poco inquietantes me parecen algunas proclamas, incluso lanzadas por el mismísimo Artur Mas o
por su portavoz, apoyando insumisiones fiscales o sugiriendo nuevas
leyes de consultas populares, como una amenaza 'moral' que abriría la
puerta a un referéndum de secesión. Esos no dejan de ser brindis al sol:
han ocurrido, en tiempos pasados, cosas mucho más graves -la
tramitación del Estatut y los desprecios al Tribunal Constitucional
propiciados por el entonces president de la Generalitat Montilla,
por ejemplo- y yacen en el baúl de los olvidos. Más preocupante es,
ciertamente, la deriva lingüística que pretende menospreciar el español y
convertirlo en una tercera lengua. Preocupante, sobre todo, para los
propios estudiantes catalanes, cuando el idioma común se extiende cada
día más por el mundo y se ha convertido en la segunda lengua en una
potencia emergente como Brasil. Y es que no podemos hacer de la
reivindicación nacionalista una mera cuestión de formas, una permanente
reivindicación de lo periférico, porque algún día el agua torrencial
acabará llegando al epicentro, y entonces ¿qué?
Recuerdo que Francisco Fernández Ordóñez,
con cuya proximidad me honré, me decía antes de morir que "el problema
de la identidad de España como nación está más en Cataluña que en el
País Vasco". En esta relación, sucesivos gobernantes en La Moncloa han
cometido errores sin cuento, pero también han tenido aciertos en lo que
supone ejercicios de paciencia y flexibilidad. Mariano Rajoy supo,
en su momento, negociar con los nacionalistas catalanes; ahora tendría
que poder volver a hacerlo. La pelota está, ay, más en su tejado que en
el de un Artur Mas -incluso que en el de un Duran i Lleida--,
obligado, como está, a vestir el muñeco nacionalista. Y ya se ha dicho
muchas veces que el nacionalismo, como la economía, es un estado de
espíritu, no una tesis política. Así deberíamos entenderlo todos.