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Gardel no quiso esperar

Gardel no quiso esperar

viernes 03 de agosto de 2018, 20:04h

La gente decía que Dios era peronista. Qué gusto el de Dios; no me extraña.

Jorge Luis Borges

Estimado amigo, disculpe mi exceso de franqueza: antes de leer estas líneas le recomiendo escuchar Estudio Op. 8 No. 12 de Alexander Scribin por Vladimir Horowitz.

En diversas oportunidades - leedores españoles, cubanos, italianos, uruguayos, chilenos y de otras tierras- me consolaban cuando les intentaba explicar cómo es el argentino. Que en sus países la gente era muy parecida, que hay de todo como en botica, que nosotros somos parecidos y otras indulgencias. Son amables. Desean verme bien, compartir ciertas visiones sobre el matrimonio (de esto hablaremos otro día, el infierno lo merece), dejarse llevar por el afecto y la cordialidad. Pero créame, lector – si es que tengo lector – las cosas son como voy escribiendo desde hace décadas.

No me venga con los mitos, por favor. Lo estimo, pero no me venga con fábulas, no me tome para el churrete. Me hace mal esta suerte de volteretas históricas, carnavalescas, chauvinistas. (Espere, espere un momento. Hay bombos en la calle, hay choripán, hay birra. Se escuchan sones de bailantas, de murgas, de candombe). Volvemos otra vez: hay islas, gente trabajadora, humilde, sacrificada. Hay jóvenes brillantes, con sensibilidad, con mirada lúcida. Profesionales talentosos, artistas de vuelo. Y personalidades de la cultura – Daniel Barenboim es un claro ejemplo en nuestros tiempos – que nos prestigia, nos enorgullece. Pero venimos arrastrando una decadencia temeraria desde hace setenta años.

Todo está mal y cada tema que tocamos salta nuestro delirio, el extravío generalizado. No hay límite, no hay razón, no hay cordura. Lo pasado ya fue. No repitamos dichos ni frases ni fachadas. No tenemos buenos modales, no somos honestos ni decentes, se asimila autoridad con autoritarismo, las frases contundentes están a la hora del día, el sentimentalismo vence a la racionalidad, el robo, el maltrato, el asesinato es casi cotidiano. Los niños y los adolescentes van aprendiendo los valores que predominan: la corrupción, el fraude, el mal gusto, la falta de imaginación, la grosería, la ignorancia, el relato, lo rústico, lo alocado, el desenfado, el disparate, la picardía criolla. El populismo tiene matices dramáticos, demagogos, facciosos y conversos. “No critiques a los enemigos que a lo mejor aprenden”, dijo El General. Y la frase quedó grabada en la conciencia colectiva. También dijo: “Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos. Y eso lo hemos de conseguir persuadiendo, y si no, a palos”. Brillante El General, brillante: “Al enemigo ni justicia”. “El hombre es bueno, pero si se lo vigila es mejor”.

Estimado lector - por favor, faltan sólo unas líneas – casi todo lo que venimos haciendo es trucho. El lodo fue cubriendo historias, manuscritos, barrios y museos. Y nos acostumbramos, lo hacemos natural. La guaranguería se suma a la imbecilidad. La imbecilidad a la desmedida. La desmedida es otra forma del fanatismo, de la masificación. Menos mal que el Papa es argentino y peronista. Ante el fracaso somos inocentes. Orbi et urbi.

El fútbol es trucho, la medicina es trucha, la educación es trucha, las finanzas son truchas, la justicia. Son truchas las proclamas, las palabras, las promesas, las cárceles, los políticos. Truchas son las prédicas, las exageraciones, el desparpajo. Los poemas son truchos, los escritores, la intelectualidad. Creo que hasta la sexualidad es trucha. Nos vamos intoxicando de datos, de información, de juicios, de alcantarillas. Los últimos años, sin piedad. (Todo esto sin entrar en detalles: las redes sociales, las cortesanas del show business, el escándalo sin paz, la hipercomunicación virtual, la exhibición desenfrenada, los glúteos quirúrgicos, la frivolidad de los medios…)

El populismo va mutando, gira, retrocede, discurre, se desliza, palmea, grita, llora, se victimiza, se hace viril, se enaltece, se hace piquetero, sindicalista, militante. Se crea una historia, una bandera, una épica, una prédica. Todo junto y permanente. La torpeza mental nos avasalla. "El afán de mucha gente, dice Bioy Casares, por expresarse con mayor finura y corrección que los demás usando palabras solemnes, más que ridículo o pedante, resulta nefasto. Atribuimos los infortunios de este mundo a los grandes malvados porque subestimamos la estupidez”.

No lo supimos ver, no lo quisimos ver, no pudimos verlo. Hoy ya es tarde. Nos llevará décadas cambiar tonos, emociones, aulas, gestos, afectos. Mi padre me dijo a los seis o siete años: “No verás un país, esto fue un proyecto de país. Tal vez tus hijos”. Borges realizó hace mucho una descripción del peronismo “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez… Combatir estas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor ¿Habré de recordar a los lectores del Martín Fierro y de Don Segundo Sombra que el individualismo es una vieja virtud argentina?”

La fe es un mito y las creencias cambian como nieblas en la orilla

Joseph Conrad

Carlos Penelas

Buenos Aires, agosto de 2018

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