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Las cartas del Abuelo Pascasio: Un error se puede convertir en un horror

Las cartas del Abuelo Pascasio: Un error se puede convertir en un horror

Por Manuel Suárez Suárez
lunes 16 de noviembre de 2015, 19:34h

Muy querida nieta Cristina:

Te escribo para felicitarte por el triunfo de Daniel de Villa Crespo. Los abuelos sufrimos mucho cuando vemos que los nietos no encuentran sosiego al ver que su recuperado país puede volver a caer en las ambiciosas garras de los delincuentes macristas. Vos tenés que sentirte satisfecha por el buen labor cumplido. Sacaste a la Argentina del fondo del Río de la Plata. El esfuerzo valió la pena. Es verificable –si mirás con los ojos y no con el orto-- que el progreso llegó a todas las provincias. Simplemente con enumerar las nuevas universidades creadas te pondrían en el altar en cualquier democracia del mundo.

Comprendemos que sientas una especie de impotencia al ver que hay ciudadanos que se olvidaron de que fuiste vos la que los volvió a vestir con unas buenas pilchas para subirse a su auto nuevo y entrar en la cochera de su nueva casa en propiedad. No tiene justificación que vuelvan a votar a los mismos que les quitaron los ahorros. Con el “corralito” quedaron en pelotas y ahora que tienen un peso en el bolsillo no lo quieren porque prefieren los dólares. Tendrían que salir por las calles porteñas a manifestar su alegría –muchos lo hacen-- pero se agachan en su caparazón y votan al grupo de inmorales que los fundió.

Nuestro buen compañero Antonio Pérez Prado, ya te hablé de él, dice que el macrismo es una manifestación austral del conocido como Síndrome de Estocolmo. El votante amarillo del globito siente empatía con el verdugo que le está cortando la cabeza. Antonio puntualiza que es más virulento su efecto en personas con complejo de inferioridad. Es bien sabido que en la CABA tiene gran presencia el viejo refrán del “dime de que presumes” incorporado en miles de porteños siempre insatisfechos. Son los reyes de las quejas. Ahora bien, si le preguntás de quien es la culpa te dejan en fuera de juego con la respuesta.

Sostiene Antonio que el pasado emigrante es el causante de que en muchos porteños anide el nihilismo pasivo (según Nietzsche) que los hace ser decadentes en un país que aún no llegó a la mayoría de edad. El esfuerzo constructor de “tanos y gayegos” dejó acomodados a los descendientes que no necesitaron sudar la camiseta. En la cabeza de estos pibes mimados no les entra la idea federal de que el desarrollo del país es algo más que una línea de Metrobus por la Nueve de Julio. Los porteños centralistas se contagiaron con el virus macricida que tiene por principio activo, el egoísmo. Les importa un carajo el desarrollo provincial. Su gran aspiración es conseguir dólares para hacer pinta en el verano en Punta del Este.

Por suerte, se constata que el virus ataca con gran fuerza dentro de los límites marcados por la General Paz. Más allá se va diluyendo y desciende el número de afectados por el odio al progreso en solidaridad. En este debilitamiento del odio irracional se encuentra la base del triunfo del presidente Scioli Méndez. Al no estar envenenados pudieron escuchar las muy bien fundamentadas propuestas de Daniel para seguir creando empleo mediante el aumento de la industria nacional. Son los ciudadanos que prefieren el asado dominguero a los globos de colores los que con su voto ratificaron que es el amor el que une a los argentinos en hermandad. Son los que nos salvaron del horror al no haber cometido el error de votar en contra del aumento del bienestar general.

Bueno, Cristina, me tengo que despedir. Ahora que Daniel agarró el timón (faltan unos días para el 11 de diciembre) quizás puedas darte una vuelta por mi aldea que también es la tuya al quedarte allí una pequeña herencia. Tus primos de Mazaeda te recibirán con los brazos abiertos. Te recomiendo vayas preparada porque será emocionante. Creo que lo mejor es que sea un domingo para evitar a los políticos oportunistas. Nunca te dieron bola pero serán los primeros en querer salir en la foto. Recibí el abrazo del abuelo fonsagradino que encontró la felicidad en la orilla rioplatense.

Pascasio Fernández Gómez

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