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El día en que Manuel Valls no vino a Madrid

Por Fernando Jáuregui
sábado 14 de noviembre de 2015, 15:35h

Pues claro que un horror como el que unos fanáticos islamistas instalaron en la noche de este viernes en París no afecta solamente a la capital francesa, ni solamente a Francia. Nos afecta a todos, al corazón de esa civilización occidental que tanto nos ha costado, y nos cuesta, mantener. Por supuesto, algo que conmociona al mundo tiene que conmocionar todo lo que ocurre aquí, en esta tierra patria, desde el proceso secesionista catalán hasta la marcha de una campaña electoral que este sábado estaba prácticamente borrada de los titulares de los medios, anegados en la sangre inocente de casi ciento treinta víctimas que trataban de pasar unas horas de ocio la noche del viernes en una de las ciudades más bellas y emblemáticas del mundo, una ciudad que nos pertenece a todos.

Poco imaginabaPedro Sánchez, el secretario general del PSOE, que iba a tener que llamar en la noche del viernes a su correligionarioManuel Valls, el primer ministro francés, y para qué iba a tener que llamarle. Valls había aludido a problemas de agenda para cancelar, a última hora, su presencia en la conferencia que el PSOE celebra este fin de semana en Madrid; tampoco imaginaba en esos momentos el catalano-francés que esa agenda suya iba a quedar tan brutalmente desmantelada apenas unas horas después: su rostro, junto al de Hollande a la puerta de la discoteca del horror, lo decía todo. Y quienes esperaban que la presencia de Valls en la capital española hubiese sido un nuevo alegato contra un secesionismo catalán del que abomina, comprendieron la pequeñez que incluso un tema tan serio como este con el queArtur Masaflige a todos los españoles, incluyendo un buen porcentaje de catalanes, representa en el conjunto de lo que está ocurriendo en un mundo en convulsión: líderes del mundo, cristianos, budistas, musulmanes, saben que esas horas angustiosas que sufrieron los desventurados rehenes del Bataclan marcan el fin de un estado de cosas que ya no puede seguir.

Lo van a decir, pienso, este fin de semana en Turquía, donde se reúne el G-20 –allá está en estos momentosRajoy—precisamente con el terrorismo como uno de sus puntos en agenda; claro que poco pensaban los líderes mundiales que llegaron este sábado a Antalya que esta ‘cumbre’ estaría destinada a urgir medidas tajantes: acabar con ese terror que se extiende desde Pakistán hasta Túnez, pasando por Europa, y que tantas consecuencias funestas, entre otras cosas el éxodo de cientos de miles de personas despavoridas, está provocando.

Poco imaginaba también Mariano Rajoy que este sábado tendría que cancelar un acto preelectoral en Barcelona, ni que iba a salir este sábado por la mañana al atril de La Moncloa, con corbata negra, tras hablar telefónicamente con Sánchez, conAlbert Rivera,conPablo Iglesias, para dirigir un mensaje a una España, ahora más vecina y amiga de Francia que nunca, angustiada casi como si la terrible masacre hubiese tenido lugar en nuestro suelo; ¿acaso existen fronteras ante algo así?

Demasiado bien saben Rajoy, Sánchez, Rivera,Iglesias, Urkullu, los secesionistas afectos, o no tanto, a Mas, que la campaña electoral que mira hacia ese 20 de diciembre –apenas poco más de un mes falta—ha estallado en pedazos. Ya la declaración independentista del Parlament había hecho estallar lo que podría considerarse que debía haber sido una campaña electoral convencional, con sus mítines, sus debates, sus propuestas de programas; las consecuencias de la declaración independentista, desde la radicalización de posiciones ‘duras’ en el resto de España hasta el reforzamiento del liderazgo de Rajoy, ya se estaban haciendo sentir en el panorama político nacional. Ahora, todo, incluso ese desafío sentido como una amenaza para la integridad territorial de la nación, pierde significado ante la formidable amenaza para todos que significan esos asesinos capaces de inmolarse, tras causar inmenso dolor, por una causa injusta, absurda.

Es momento de unidad, no de fraccionamientos, y conste que no quiero, en absoluto, mezclar unas cosas con otras; ya digo que todo, todo, palidece ante el rojo de la sangre derramada: ¿qué importa ahora si Artur Mas se mantiene al frente de la Generalitat o alguien, aún peor, irá a parar a la plaza de Sant Jaume? ¿Quién se acuerda ahora de las candidaturas, de esas listas inevitablemente polémicas y surgidas casi invariablemente del ‘dedazo’, que hemos ido conociendo estos días? Nunca un panorama preelectoral tan agitado, mucho más desde la noche aciaga de este viernes.

Claro, hoy todos somos Francia, como han dicho tantos, comenzando por ese Rajoy que inmediatamente convocaba al Consejo de seguridad Nacional y removía el pacto de seguridad antiyihadista suscrito con el líder de la oposición. Hoy, todas las cautelas y las alertas se han activado al máximo. Sí, hoy todos somos Francia; sí yo también, y perdón por la autocita, que es casi colectiva, telefoneé angustiado a París, donde residen mi hija, mi yerno y mi nieta, viviendo con ellos la rabia, la inquietud por los amigos de los que aún no había noticias, compartiendo el caos instalado por el horror. Mañana, también, espero, seremos Francia. Lo demás, en este cuarto de hora angustiado, seguramente importa mucho menos.

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