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La prensa es el derecho de las bestias

La prensa es el derecho de las bestias

miércoles 13 de febrero de 2013, 21:13h
El lenguaje es una ciénaga donde la raíz de las palabras rebota en la actualidad y la política, produciendo un eco engañoso. Este debe ser el punto de partida desde donde plantear las claves para instituir nuevos sentidos que permitan construir relatos integradores sobre los últimos diez años de transformaciones en la Argentina.
 
Hay momentos de la historia en los que la blasfemia abre el camino de la redención.
 
En la frase precedente campea un aire de familia -una música- que hace temer la aparición de otro solemne y vacío comentario sobre la abdicación del Papa Ratzinger. Tengo malas noticias: el lenguaje es una ciénaga donde la raíz de las palabras rebota en las galerías de la actualidad y produce un eco engañoso. Pero el equívoco aquí es intencional. Del mismo modo que las voces "blasfemia" y "redención" son inexorablemente devoradas por el contexto vaticano, cada expresión que utilizamos carga una historia que gravita en su sentido hasta impedirnos cualquier intento de reflexión autónoma. La tradición, como el demonio, está en todas partes. Y la mejor de sus estrategias es hacernos creer que no existe.
 
Del mismo modo que la historiografía liberal consagró en los textos escolares las victorias de las clases dominantes como hechos de justicia, maquillando de coraje la violencia represiva y barnizando de azar y sin sentido las traiciones más flagrantes, el peso de los años y las repeticiones anestesiaron el carácter sesgado de instituciones y valores. No es suficiente darle un contexto más equilibrado y ecuánime a las luchas populares de la patria para que nociones como "barbarie" o "civilización" suenen de forma virginal en la discusión política.
 
Las transformaciones que en el próximo mayo cumplirán una década pueden ser narradas en una variedad de planos que, con matices cambiantes, satisfacen un paisaje urbanamente negociable para entrar en la historia. Lo palpable de una legislación transformadora y lo contundente de las estadísticas no sujetas a sospechas son columnas que sustentan el período. Pero lo que se juega de aquí en más reclama una potencia fundacional que su propia vocación redentora debe nacer con el estigma de la blasfemia. Solo al cabo de diez años de cotidianas rencillas de vuelo bajo ha sido posible, por ejemplo, postular que en la concepción (de neto cuño estadounidense) del Poder Judicial abreva una vocación de barrera para la soberanía popular. Y entender desde allí que lo sagrado nunca estuvo en el mármol de las instituciones sino en el espíritu de los pueblos. La intención provocadora del título elegido para estas líneas replica un desafío semejante para pensar lo por venir.
 
En la capacidad de asumir el escándalo de ciertas posturas sin detenerse en las tilinguerías de lo que históricamente fue intocable, puede buscarse más de una clave para esas polémicas que algunos hoy mismo quieren condenar por su ruido y por su furia.
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