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Por qué soy camusiano

Por qué soy camusiano

sábado 08 de diciembre de 2018, 15:55h

Buscar lo que es verdad no es buscar lo que se desea

Albert Camus

A mis dieciocho años me cautivó Camus. Primero su literatura, luego su pensamiento. Finalmente su ética.

La lectura inicial fue El extranjero. De inmediato El mito de Sísifo. Más tarde Calígula. Con el tiempo Ni víctimas ni verdugos, La peste, El hombre rebelde, Carnets, Crónicas argelinas, El primer hombre. La filosofía del absurdo me vinculó de modo definitivo al ateísmo existencial. No hay significado dentro del universo, la vida tiene un valor insignificante. El valor es el que nosotros le vamos creando. Vivimos reiteradas repeticiones; detrás sólo hábitos, costumbres, una tradición que se basa en la inercia. No hay coherencia ni lógica. Hay cierta mitología, cierto dogmatismo, deseos imaginarios para soportar lo cotidiano. El hombre necesita racionalizar, necesita justificar su ser. De allí que su literatura, su ideología, se la vincule con el absurdo, con la filosofía del absurdo. El hombre busca una causa donde no la hay; un universo increado, desprovisto de fundamentos, lo religioso en lo celestial y en lo terrenal. Pero esto no significa que no tengamos un compromiso social, ético, humano. De allí mi cercanía a la sensibilidad libertaria.

Camus es un escritor clásico, un escritor necesario. Camus siempre puso por encima de lo político, la moral. Una obra donde sinceridad y desolación emociona, conmueve. Hay una moral en el hombre absurdo, una ética en un mundo sin Dios y sin finalidad. No es nuevo el dilema; puede resultar descarnado y doloroso. Mi padre me enseñó a no persignarme. Ni ante el altar ni ante una bandera.

El socialismo libertario es un problema para el poder, para el autoritarismo. Un verdadero dilema para el hombre mediocre que carece de sensibilidad, de criterio, de visión. Para los intelectuales -que viven la cultura desde lo dogmático, desde cierta notoriedad, desde un universo histórico o sociológico- resulta un engorro. Durante mis días de estudiante en el Profesorado en Letras me formé con el ejemplo de mis docentes, con el estudio y el análisis de textos clásicos; la poesía y literatura universal fueron fundamentales. Con ellos pude crecer, profundizar un cosmos, buscar belleza en cada manifestación artística.

Por lo general hay una voluntad solipsista de ejercer el poder. Suele no oxigenarse con la vida. Luego se entretejen astucias, confusiones, fachadas. Los universales de los hombres del poder se vinculan con la hipocresía, la corrupción, las sacristías, los mandatos. El pedestal de su estatura lo dará luego un relato grotesco, indecoroso, lumpenizado.

La enajenación apela siempre a la tragedia. Se maquilla lo demencial, los discursos, los espejos. Se habla de lo que no se entiende con proclamas al filo del delirio. Uno se alude como heredero de textos póstumos; otro verifica la afinidad espiritual con las raíces. Se dice París, se dice New York, se dice América Latina, se dice calamidad, honor, patria. Al final llega la patota con sus mutilaciones y destrezas circenses. Los cortesanos entran a la escena: algarabía, vileza, ignorancia, alusión platónica, cainismo. Misterio bufo.

La burocracia, entendámoslo de una buena vez, manipula. Vienen sellos, rigidez, papeleos, formalidades innecesarias, incapacidad, corrupción, imbecilidad. Hacemos referencia a los aparatos, a esa pulida y aceitada inmutabilidad de las congregaciones, de las corporaciones, de los servicios y contraservicios. El tono elegíaco es lucrativo. Luego la vulgaridad sobrecargada, las medallas, el apogeo de los escenarios. El fariseísmo con todo su atuendo. Intelectuales conversos, mutaciones, repertorio de personajes y gestos que resultan abrumadores. Podemos hablar de zigzagueos, de personajes enfáticos, de hostias, de cutículas. Sumemos: la armada Brancaleone y el heroísmo monumentalista. Las escaleras lustrosas o el populacho serán fieles acompañantes. Beaterías de izquierdas y de derechas, disfraces y declaraciones, miserias y genocidios. Un universo entre lo científico y la superchería, entre lo honorable y lo rastrero. Vivimos a diario confesiones fragmentadas, patéticas.

Camus no se sustrae a la historia, hay ejemplos permanentes en sus páginas. también advertimos en su obra ejemplos de fuerza y de piedad. La clarividencia es al mismo tiempo su victoria, el mito es trágico porque su héroe es consciente. He aquí lo fundamental, el eje de su ética. Durante la ocupación alemana formó parte de la Resistencia Francesa y en la posguerra se relacionó con grupos libertarios. Rescató siempre la libertad individual. Debemos señalar que en Camus descubrimos la presencia de Dostoievski, Schopenhauer, Nietzsche…

Caro lector, me pareció interesante este deambular, esta manera de enhebrar ideas, sensaciones, miradas. Efímero y rutinario, quizás. Nunca ecuménico ni pringoso; sin deslizamientos. Camus nos enseñó la moral de la rebeldía y una reflexión estética. La obra será un ejercicio, “ese ejercicio de desprendimiento y de pasión que consume el esplendor y la inutilidad de una vida de hombre”.

Carlos Penelas

Buenos Aires, diciembre de 2018

www.carlospenelas.com

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