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Palmira en el recuerdo

Por Benito Fernández
martes 01 de septiembre de 2015, 19:48h

Antes de que septiembre entre a fondo y los asuntos políticos y la cuestión catalana centren la mayoría de los artículos de este comienzo de otoño caliente como pocos, no quisiera dejar pasar una cuestión que se me ha quedado este verano en el tintero y que, debido a la barbarie de esa gentuza autodenominada Estado Islámco, ha hecho con diversos restos arqueológicos que mi memoria se retrotrayera unos cuantos años. Sería a finales de la primera década del siglo XXI, creo que en el invierno del 2008. Un nutrido grupo de personas emprendimos un viaje de ocho días a Siria y Jordania organizado por el Colegio de Médicos de Sevilla. Nuestro primer destino era Aleppo, la segunda ciudad de Siria, situada al norte del territorio que entonces gobernaba con mano férrea Bashar al Asad quien había heredado el cargo de su padre Hafez al-Asad. Los monumentales carteles con los rostros de ambos dirigentes sembraban los principales rincones de la ciudad como un símbolo recordatorio del poder similar a las dictaduras de Hitler, Stalin o Castro.

La impresionante ciudadela de Aleppo dominando toda la ciudad en la que vivían varios millones de almas era todo un ejemplo de la historia de uno de los países más antiguos y cultos de oriente cuya capital, Damasco, conserva aún las huellas de las diversas civilizaciones que contribuyeron a su antiguo esplendor con su espléndida y monumental Mezquita de los Omeyas y su laberíntico zoco. Visitamos también las norias de Homs y el teatro romano de Hama, las ruinas de Apamea, los monasterios paleocristianos de Maalula donde se conserva el arameo y el imponente castillo de la Orden Hospitalaria del Crack de los Caballeros. Dejando al margen nuestro recorrido en Jordania por la inigualable Petra, por Jerash, el monte Nebo, el bellísimo desierto de Wadi Rum o el inigualable espectáculo del Mar Muerto, si hubo algo que nos dejós atónitos, estupefactos, obnubilados por su impresionante e insólita belleza fue Palmira, la cuidad ubicada en el centro de Siria, en pleno desierto y rodeada por el Valle de las tumbas, que fundara hace más de veintidós siglos una reina de reminiscencias juanramonianas, Zenobia.

Llegamos al hotel, rodeado por un inmenso palmeral, cuando caía la noche. Tras la cena, dos parejas amigas, una de médicos, formadas por Juan Burgos y su mujer, Ingrid López. mi mujer y yo, decidimos dar un paseo por las ruinas de Palmira que se encontraban a escasos quinientos metros del hotel. El camino, de tierra y sembrado de hoyos, estaba tenuemente iluminado por una incipiente luna creciente. Utilizando un móvil como linterna nos dirigimos hacia las luces que nos indicaban nuestra meta. Llegar en plena noche a las ruinas de Palmira tiene para cualquier persona con un mínimo esbozo de sensibilidad un espectáculo inenarrable para los sentidos. Templos, columnas, teatros, santuarios con más de mil años de antiguedad, un muestrario irreal, espléndido y onírico rodeado de un silencio total roto por los rebuznos de algún asno que pasta por los alrededores. Solo un par de horas paseando solos por Palmira fueron suficientes para hacernos una somera idea de los que supuso esta insigne ciudad situada en el corazón del desierto sirio. Fue una noche mágica y única que ninguno de los presentes olvidará en su vida. Al día siguiente, a pleno sol, conducidos por un guía, pudimos recrearnos en cada uno de los monumentos...todo magnífico, espléndido pero, rodeado de turistas, camellos y niños vendiendo recuerdos, postales y pañuelos palestinos, había hecho desaparecer el especial encanto de la noche.

He de reconocer que durante mi estancia en la Siria de Bashar el Asad se respiraba un clima de tranquilidad y seguridad propio de las dictaduras pero indudablemente muy favorable al fomento del turismo internacional, clave para su desarrollo.Viendo ahora por televisión como la barbarie del Estado Islámico dinamita y destruye el Templo de Bel y asesina a Khale al Asad, el arqueólogo que dedicó toda su vida a la defensa del patrimonio cultural sirio, no me cabe sino sentir verdadero asco por la sinrazón de una ideología religiosa que olvida que las creencias deben de ser personales e individuales, nunca forzadas y mucho menos impuestas a la fuerza con violencia y actos criminales. Pero a la vez que lamento estos hechos, yo acuso a los gobiernos occidentales que han sido los culpables de casi todas esas primaveras que intentaron llevar a ciertos países unas democracias de talente y carácter occidental que favorecieran sus propios intereses económicos. En Afganistán, en Irak, en Siria, en Líbano y muy posiblemente en un futuro no muy lejano en Egipto, en Túnez, en Argelia la barbarie puede ir ganando terreno y casos como el de Palmira o el de los Budas de Bamiyan se repitan para desgracia de todo el patrimonio arqueológico mundial.

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