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Los argentinos sentimos que la situación está rara

Los argentinos sentimos que la situación está rara

Por Ricardo Lafferriere
lunes 18 de junio de 2012, 16:05h
Lo vemos en los negocios donde ralea cada vez más la clientela pero también en las noticias a la que estábamos ya desacostumbrados sobre suspensiones en fábricas -en las últimas semanas, entre otras, Fiat y Renault-que responden a la caída de las exportaciones en cerca del 50 %, la paralización paulatina de las obras de construcción y la caída abrupta de la transferencia de viviendas.
 

                Pero también en aumentos desmedidos en los alimentos, el enrarecimiento de la compraventa de divisas y las protestas aún medidas pero claramente angustiadas de los gobernadores e intendentes, por el empeoramiento abrupto de sus situaciones fiscales.
 

                Eso, en la economía. Porque hay algo más preocupante aún que es la batalla larvada pero que, aun así, trasciende, de los diferentes espacios del poder elegido en las últimas elecciones. Recordemos: hace apenas seis meses que la presidenta y el gobernador Scioli comenzaron sus mandatos, y ya se están alineando las fuerzas para las sucesiones de ambos. Mientras la crisis asoma hoy, la batalla parece trasladarse a la gobernabilidad del período que comenzará en 2015.
 

                Curiosamente, no es de la oposición de donde salen los palos en la rueda. Es que desde la oposición se conoce que la situación es más grave por la incapacidad del gobierno que por la propia realidad. Un gobierno capaz, dialoguista, inteligente e inclusivo encontraría rápidamente la forma de salir del atolladero y aprovechar las ventajas de una situación internacional que aún sigue siendo favorable, en lugar de desperdiciar esas ventajas en rencillas que Yrigoyen llamaría "patéticas miserabilidades".
 

                Nunca como ahora las exportaciones argentinas han valido tanto. Nunca como ahora el país ha estado tan liberado de los efectos de la crisis financiera externa. Pero nunca ha existido un autismo más marcado para ignorar las señales claras que envía la situación económica interna, que va paralizando los engranajes de producción y comercio por hechos que no son originados en la crisis, sino en las ocurrenciosas decisiones de la administración.
 

                Una administración que además de hundirse, parece moverse por reacciones infantiles de celos y caprichos, más que por la madura reflexión de solidez técnica y lucidez política. No otra cosa parece ser el único fundamento, por ejemplo, del fantasioso anuncio sobre las 400.000 viviendas, no sólo imposibles de financiar, sino imposibles de construir con la capacidad de producción actual de cemento, acero y demás componentes de la cadena productiva respectiva, y que más que un plan elaborado parece una respuesta visceral al plan de viviendas puesto en marcha por el gobierno de la Ciudad Autónoma, al que, además, se intenta privar de sus recursos con otro capricho, el retiro de los fondos de depósitos judiciales del Banco de la Ciudad.
 

                El país no se merece esta gestión, votada por una mayoría que -como todas- estuvo compuesta en parecidos porcentajes por ciudadanos convencidos y por independientes que abrieron una cuota de confianza a quien se presentaba como la opción más abarcadora, amplia y experimentada. Ni los convencidos, ni los confiados, merecen estos papelones en cadena. No la votaron para eso.
 
                Tampoco lo merecen los ciudadanos opositores, que no confiaron o eligieron otras opciones pero que tienen al menos la misma vocación patriótica y compromiso nacional que invoca para sí el oficialismo.
 

                Sería buen momento para repensar las cosas, abrir las puertas a pensamientos más plurales y comenzar a tomar medidas que en lugar de meternos de cabeza en una crisis cuyos afectados principales serán los más necesitados, aproveche las ganas y la potencialidad que tienen los argentinos de bien, aquellos cuyas motivaciones no son las filigranas del "relato" sino su interés en mejorar su vida, la de su familia, la de sus hijos y sus nietos.
 

                Entre ellos están los hombres de campo y los trabajadores, los empresarios y los docentes, los empleados públicos, los comerciantes y los emprendedores, los viejos y los jóvenes. Una vez más: no se merecen esto. Sin embargo, son los que están sufriendo las consecuencias y sufrirán las posteriores, si la crisis se instala no porque el mundo se nos caiga encima, sino porque por simples caprichos no hacemos lo necesario para evitarla
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