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Goliath en París

domingo 16 de julio de 2017, 15:29h

Escondida en una de las vitrinas del museo de los Inválidos, junto a un Sturmgewehr44 -antecesor nazi del fusil Kalashnikov que usa el Daesh- hay una vieja fotografía del Incidente de Mers el Kebir, que hizo perder a Francia el grueso de su flota en el Mediterráneo, y estuvo a punto de llevar a los franceses a una guerra civil en plena ocupación. Escondida en una de las vitrinas del museo de los Inválidos, junto a un Sturmgewehr44 -antecesor nazi del fusil Kalashnikov que usa el Daesh- hay una vieja fotografía del Incidente de Mers el Kebir, que hizo perder a Francia el grueso de su flota en el Mediterráneo, y estuvo a punto de llevar a los franceses a una guerra civil en plena ocupación.

Hice el comentario a mi cicerone, que gesticuló azorado y forzando a la baja la voz con urgencia. “¡Fermez la bouche!” , siseó casi en alto, y como me vio excusar el no saber por qué, me espetó que no mencionara aquella ignominia. Me dijo que la guerra civil es la mayor vergüenza que una nación puede sufrir, y sugerir o recordar la posibilidad de algo así entre franceses era casi un pecado en aquel lugar sagrado para ellos. Entonces contesté a mi amigo que cuánto me gustaría oír algo así de un compatriota español.

Uno de los franceses que me acompañaba entonces me ha escrito, contándome que tres amigos suyos estaban el viernes en Bataclan, y dos de ellos, que eran pareja, no pudieron salir. Dejan un bebé de 18 meses. Estremece intuir su serenidad, y cuando hemos visto a los franceses salir del estadio cantando la marsellesa, el episodio de los inválidos me ha ayudado, con sana envidia, a comprenderlo y admirarlo. Cantar es una expresión profunda y exclusivamente humana. Y uno canta lo que siente y lo que vive, y ello incluye el respeto por los símbolos patrios que también son los de la libertad. El Daesh, enemigo de lo humano, prohíbe la música y decide qué se puede cantar y a qué.

Hollande ha pedido ayuda a todos los socios Europeos. Se ha invocado el art. 5 de la OTAN y el art.42.7 de los Tratados de la Unión y por vez primera se han llamado a las cosas por su nombre. C´est la guerre, en sentido puro y material. Pero formalmente la guerra es una incómoda fuente de derechos. Y un modo de reconocimiento diplomático, o sea, de dar status jurídico internacional de Estado a aquél a quien la guerra se declara. Éste parece haber sido el argumento sobre el que ha descansado la palabra guerra como un Tabú por aquellos que de facto hablan de Estado Islámico. En realidad es otra vergüenza más, pues la guerra es un hecho ya declarado y ello no evitará que ciertos países acaben por permitir al Daesh abrir sus embajadas, lo que a estas alturas sería también revelar lo que todo el mundo sabe. No sé si ello ayudaría a identificar a los actores convencionales de un escenario en el que no sabemos luchar, porque su naturaleza híbrida recuerda con ironía algo que se masca en lugares como los museos de las dos Grandes Guerras. En 1918, todos decían que nunca más se repetiría algo así. Pero el resto del siglo nos demostró que si hay una verdad política es la presencia latente y mutable de la guerra, la verdad de que nunca se sabe cuándo ocurrirá y cómo será, y la ineludible consecuencia de que nunca se está preparado para ella.
No estamos preparados para esto, y los socios prefieren recoger velas en cuanto el herido pide ayuda, ocultando incapacidades y diciendo que cada uno ayudará como pueda o quiera. Apenas son 50.000 hombres, entre cuatro y cinco divisiones bien armadas, y la Alianza más poderosa de la Historia parece no atreverse a barrerlos, no vaya a ser que se repita lo de Afganistán, o Irak, que resulta que no aprendemos de nuestros errores.

En cuanto a nosotros, quizá tengamos que mirar a otros modelos para aprender. Francia, junto con Alemania, Reino Unido o Suiza, se tomó hace mucho en serio lo que un ejército profesional significa. Y ello es ni más ni menos que un pequeño ejército muy entrenado, pero que tiene a su vez su soporte en una potente y numerosa reserva civil. No en vano, el 60% de muchas unidades, e incluso unidades enteras de la Armée o la Marine, y el 25% de la Gendarmerie Nationale están formadas por reservistas, todos ellos amantes de la libertad y demócratas convencidos en una sociedad para nada militarizada. ¿Alguien se imagina que uno de cada cuatro guardias civiles fuera un civil, dispuesto a ponerse el uniforme cada cierto tiempo y a dar seguridad a sus compatriotas?. Dejemos de hacer chuflas y vayamos al campo de Marte, para sorprendernos sobre quiénes lo patrullan FAMAS en mano, mientras los profesionales se disponen a atacar al Daesh por tierra y aire.
Pero aún así, los nietos de los héroes de la Resistencia salen corriendo cuando oyen estallar una bombilla. Nadie les puede tachar de cobardes. Y aunque sea imposible acostumbrarse al terror, existe un país occidental, acaso el más incomprendido, que lleva conviviendo con algo muy parecido durante décadas. Y con cosas peores. Desde niños lanzando granadas e inmolándose o cadáveres-bomba, hasta secuestros, violaciones, torturas y todo tipo de chantajes o crímenes menores, además de ciberataques y las manipulaciones informativas que tanto ha denunciado -con poco éxito- el denominado “Paliwood”, Israel es ese pequeño país occidental en medio del avispero, donde casi nadie entiende ya quién es el culpable de la violencia que tienen que sufrir y que se ven obligados a ejercer. Pero donde cada ciudadano, si no es un militar, es un reservista formado militarmente que sabe de artes marciales, autodefensa y tiene formación, experiencia y agallas para enfrentarse a los asesinos.

Sé que a nadie gustará la idea, pero creo que no hay otra porque esto es lo que se nos viene encima y España no tiene apenas reservistas, salvo cinco mil entusiastas con muy escasa formación militar. Prefiero no aventurar qué ciudad europea será la próxima pero tenemos unas cuantas en la lista. Asombra cómo aún hay quien se obstina en culpar a Occidente de lo que ocurre. El Daesh nada tiene que envidiar en crueldad y eficacia –desde luego en su crecimiento exponencial basado en la violencia- al nazismo, comunismo radical, esclavitud o piratería organizadas o cualquiera de las otras maldiciones que ha sufrido la humanidad. Como todas ellas, surge de problemas sociales, culturales, religiosos o económicos no resueltos y los explota mediante la violencia selectiva. Y como en todas ellas, justo es reconocer que los estados convencionales tienen mucho que ver en su creación. Pero la barbarie es injustificable moralmente, del mismo modo que las humillaciones de Versalles no pudieron justificar la brutalidad nazi.

Cuando Alemania invadió a la URSS, que era su principal Aliado en Europa, Churchill dijo que si Hitler invadiera el infierno, no le quedaría más remedio que hacer una favorable alusión al diablo en la Cámara de los Comunes. Hoy, el Daesh no ha invadido Francia, pero ha actuado como siempre actuará y sigue actuando, al estilo de las manadas de lobos: Diez contra uno cuando acumulan poder para atacar, evitando siempre ser uno contra diez sobre el terreno, y aparentando ser multitud en la propaganda y el espacio virtual. No cabe duda que la Alianza actual con Rusia puede ser humillante, pero quizá sea necesaria, y pueda servir para más cosas si se utiliza con sabiduría. Pero ello no acaba con el problema, puesto que con invasión terrestre o sin ella, el Daesh tiene sus tentáculos extendidos por todo el mundo Occidental y Oriental, desde Nigeria o Mali hasta Kenia y desde Arabia Saudí a Singapur o Yakarta. Maestra de la guerra híbrida, Rusia será otra vez el diablo, pero Daesh es todavía peor; y lo será aún más si llega a adquirir armamento nuclear.

No está mal, pues, hacer demostración de fuerza aérea o mejor aún, una invasión terrestre, pero no basta con ello. La inicial actitud aliada, tímida y renuente ante lo todo lo que signifique distraer fuerzas de la insegura Europa, nos ha dejado perplejos, pero nos enfrenta a la realidad y recuerda necesariamente a la estrategia Israelí. Cuando termino estas líneas, el Aeropuerto de Copenhague está siendo evacuado por una simple maleta. El mundo cambió el 11S para siempre y empezamos a notarlo ahora, en que nos damos cuenta de la vulnerabilidad de la sociedad de masas. En nuestra grandeza autosuficiente nos resistimos a creer que todos y cada uno de nosotros somos un objetivo militar. Quizá esto pueda empezar a acabar cuando seamos lo suficientemente sensatos como para tomar conciencia de ello. Aprendamos pues de los Israelíes y hagámonos pequeños y humildes, apreciemos nuestros logros y honremos nuestros símbolos. Evitemos que el odio, el miedo y la miseria sigan nutriendo al ejército que nos vemos obligados a destruir. Y cambiemos nuestra vida con valor ante un enemigo tan resuelto y ambicioso de espíritu. Porque nos estamos comportando como un Gigante con pies de barro, y si hay algo que enseña la Historia, es que David fue quien venció a Goliath, y no al revés.

Daniel Muñoz Doyague. Abogado y Politólogo.

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