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El mandato del rey Artur

El mandato del rey Artur

Por Fernando González

lunes 03 de agosto de 2015, 20:26h

Menudo trapisondista está hecho el muy honorable Artur Mas. Su capacidad para la simulación y el engaño es realmente formidable. Golpe a golpe, sin torcer el gesto y adaptando el paso a las circunstancias, Mas ha conseguido esconder bajo su amplio manto soberanista la descomposición evidente del bienestar social en Cataluña, la quiebra económica del Principado, las corruptelas de los nacionalistas a lo largo de treinta años de gestión gubernamental, el desfondamiento electoral de la coalición que preside, la ruptura con sus socios democristianos y la división de la sociedad catalana. Este secesionista sobrevenido, que nunca llevó en su programa político la independencia de Cataluña, se cambió de acera cuando intuyó el cabreo ciudadano provocado por sus desmedidos e insolidarios ajustes presupuestarios. Desde entonces culpa al Estado de todos los males y camufla su propia ineficacia en la caja mágica del independentismo redentor. Lejos de paliar en Cataluña los efectos de la crisis que padecemos todos los españoles, Mas los agrava desertando de todas las responsabilidades que los votantes le han venido confiando.

Lisa y llanamente, Mas dejó de gobernar un buen día y convirtió el Palacio de la Generalitat en la sede central de Convergencia y Esquerra Republicana, transformando los instrumentos administrativos de su gabinete en una maquinaria partidista sometida a sus objetivos estratégicos. El Estado, tal y como se entiende en la Constitución, fue desapareciendo a manos de las felonías de Mas. Cataluña se convirtió entonces en una satrapía del Presidente y de los suyos. Lo último que ha maquinado el rey Artur consiste en sumergir los restos de Convergencia en el formol de una candidatura farandulera. Si juntos pierden representación parlamentaria, como parece más que probable, Mas se consolará, como los tontos, con el mal de todos. Si no fuera así, emergerá del fluido para encabezar nuevamente el disparatado proceso que abandera.

Y ahí tenemos a la burguesía catalana, la del buen sentido, la que siempre conservó lo ganado en el arca familiar, la que siempre defendió la innovación y la seguridad del trabajo bien hecho, totalmente despistada, contemplando como aquellos que tradicionalmente representaron sus intereses se presentan ahora aliados con la izquierda separatista y republicana, colocando al frente de su lista a un comunista revenido. Bajo su manto de ilusionista embaucador, Artur Más esconde a los catalanas el porvenir que pretende para ellos: una Cataluña separada de España, rota y dividida, indefensa, fuera de la Comunidad Europea y de la Zona Euro, taradapor su deuda pública, sometida a los mercados de prestamistas y al control de los organismos financieros internacionales, sin recursos para pagar las pensiones y los servicios sociales, debilitada por la previsible fuga de capitales y la probable migración de sus principales empresas a territorios más estables y seguros, encerrada en su propio corralito y aislada del mundo. ¡Qué cantidad de fabulaciones y mentiras caben bajo el manto del rey Artur!

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