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Ridículo

Ridículo

Por Gabriel Elorriaga F

martes 28 de julio de 2015, 15:55h

En pocos meses, ese timo demagógico llamado Syriza ha hecho el mayor ridículo imaginable en política. Tras alterar la percepción del pueblo griego con propuestas irrealizables y sustituir a los partidos conservadores y socialistas que, con todos sus errores, mantenían una línea posibilista de prolongar la convalecencia de una economía enferma, los de Syriza lograron, acumulativamente, “corralito”, fuga de capitales, paralización empresarial, caída del turismo, cierres bancarios y demás festejos, cuyas consecuencias y penalidades endosadas al pueblo podemos imaginar como dramáticas. Eso sí, con el señor Tsipras investido presidente de un gobierno que ya no es el mismo, una vez perdido el apoyo de una parte de su propio partido y apuntalado ahora por los mismos conservadores y socialistas, con las fórmulas de tercer rescate de las que antes renegaba. La ruptura de Syriza, la pérdida de la confianza internacional y el recurso a la beneficencia europea han sido los éxitos del gran timo demagógico.

Lo ridículo es que, en España, circule una oferta desestabilizadora llamada “Podemos” que se presenta apadrinada por los eminentes estadistas Tsipras yMaduro, campeones de carencias, ruinas económicas y precariedad social. No es fácil suponer que, por cerriles que sean algunos compatriotas, lleguen a desear pasar de un panorama de economía estable y con servicios sociales razonablemente efectivos para mitigar los problemas a un proyecto peor con riesgo de desequilibrios financieros, inseguridad jurídica y cuestionamiento de la unidad nacional. Todo lo que significan experimentos con grandes dotes de inexperiencia e incompetencia. ¿Qué porcentaje de necios políticos de esta clase puede soportar una democracia?. Es un misterio.

Lo cierto es que la ficción populista de Podemos y sus mareas consiguieron algunas intromisiones espectaculares en instituciones de la administración territorial, si bien gracias a la irresponsable complicidad de un socialismo venido a menos y con los papeles perdidos. Que estos divertículos se reduzcan al perfil de episodios pintorescos o se extiendan a más alto nivel es la incógnita que ha creado un grado indeseable de incertidumbre en la política española.

Es de observar que la tragedia griega ha traído un cierto grado de contención a la comedia española. Aunque existen retenes de necios de plantilla, siempre dispuestos a exhibir banderas que no sean la suya, ha costado mucho encontrar gentes capaces de exhibir banderas griegas. Muy poquitos. EsePablo Iglesias de ceño fruncido y sin gastos de peluquería, se ha consagrado como la encarnación de Syriza a la española en un país con una envidiada calidad de vida y un sistema político cuyos defectos conocemos todos, pero que es un reino constitucional unido con sus poderes ejecutivo, legislativo y judicial delimitados y sus instrumentos de Estado –defensa, hacienda y diplomacia- intactos y sus cuerpos profesionales a los niveles más altos. Frente a esta realidad, de raíz histórica y proyección internacional afirmada en alianza atlántica e identidad europea y cooperación económica multinacional, resulta casi cómico suponer que los españoles son tan mentecatos que estarían dispuestos a considerar como alternativa las propuestas populistas e imprecisas de unas pandillas reclutadas apresuradamente en el mundo de las gentes desquehaceradas. Flores de bohemia más que frutos del trabajo parecen esas cuadrillas de diletantes jugando a la política como niños que juegan a la guerra con espadas de madera y sirviendo a la egolatría de un soñador de pesadillas.

Algunos avisan que otros ególatras llegaron al poder en grandes naciones con la demagogia y la simpleza. Recuerdan a un charlatán de cervecería, con flequillo en vez de coleta. No seamos ingenuos. Tras el charlatán de cervecería había unas dotes hipnóticas, la frustración de un ejército derrotado, una cruz de hierro, los intereses de una poderosa industria armamentista, un fanatismo racista, una disciplina de acero y la falta de escrúpulos para derramar sangre. Aquí el presunto desestabilizador de un sistema político consolidado solo suma complejos de rencor hereditario y vanidad. Becario de ciencias improductivas, el candidato populista es un tipo anticuado de revolucionario decimonónico. En Europa se agitan populistas demagogos, grotescos o fanáticos. Pero el nuestro solo es rematadamente cursi. Que cuarenta millones de ciudadanos adultos de un Estado español dentro de Europa puedan tomar en serio una apuesta de este perfil no es temible es, simplemente, ridículo. ¿Hemos perdido los españoles el sentido del ridículo?.

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